El futuro del pacto recae en nosotros.
El futuro del pacto recae en nosotros.
En este Shabat 1 de octubre de 2022 del calendario
gregoriano, 6 de Tishrei de 5783 del calendario hebreo, leemos en la Torá la parashá
(sección) Vaielej (Fue) (Deuteronomio 31:1/30)
En los últimos días de su vida, Moshé renueva el
pacto entre Dios y los hijos de Jacob.
Todo el libro de Deuteronomio ha sido un relato del
pacto – cómo se produjo, cuáles fueron sus términos y condiciones, por qué es
el meollo de la identidad de los hijos de Jacob, como un pueblo sagrado.
¿Quiénes son los hijos de Jacob? ¿Quiénes conforman
al pueblo sagrado?
El Pueblo está formado por
todos los individuos que a los ojos de la ley están en igualdad de condiciones,
no hay distingos entre género, color de piel, situación socio-económica, etc.
Pueblo sagrado son aquellos
seres humanos que depositan su fe en Dios, que fueron elegidos por Dios para
educar a otros en el monoteísmo.
Moisés, sin embargo, se cuida de no limitar sus
palabras a los que están realmente presentes.
Está por morir, y quiere asegurarse de que ninguna
generación futura pueda decir “Moisés hizo un pacto con nuestros antepasados,
pero no con nosotros. No dimos nuestro consentimiento. No estamos atados.” Para
evitar esto, dice las siguientes palabras:
Esta alianza, corroborada con una imprecación, no
la hago solo con ustedes. La hago con aquel que hoy está aquí con nosotros
delante del Señor, nuestro Dios, y con aquel que no está (Deuteronomio
29:13/14)
¿Quiénes conforman el nosotros? ¿Quiénes estaban
delante de Moisés? ¿Quiénes estuvieron caminando durante 40 años por el
desierto con Moisés? ¿Estaban solamente los hijos de Jacob?
¿A quiénes se refiere la Torá cuando dice: “con
aquel que no está aquí”?
Como señalan los estudiosos, la frase “con aquel no
que no está aquí” no puede referirse a los vivientes en ese tiempo y que
circunstancialmente estaban en otro lado. Sólo puede significar “generaciones
aún no nacidas.” El pacto liga a todos los humanos desde ese día hasta hoy.
Al aceptar ser el pueblo de Dios, sujeto a las leyes
de Dios, nuestros antepasados nos crearon esa obligación.
De ahí que sea una de las verdades más
fundamentales del judaísmo. Exceptuando a los conversos, no elegimos ser
judíos.
Nacimos judíos. Nos transformamos en adultos
legales sujetos a las órdenes y responsables de nuestras acciones, Pero somos
parte del pacto desde el nacimiento.
Un bat (niñas) o bar (niños) mitzvá no es una
“confirmación”. No significa una aceptación voluntaria de la identidad judía.
Esa elección tuvo lugar hace más de tres mil años
cuando Moisés dijo “No la hago solo con ustedes…” abarcando todas las generaciones futuras
incluyéndonos a nosotros.
Pero, ¿cómo puede ser esto? Con certeza uno de los
principios fundamentales del judaísmo es que no puede haber obligación
sin consentimiento. ¿Cómo podemos estar atados a un acuerdo del cual
no formamos parte? ¿Cómo es posible estar sujetos a un pacto sobre la base de
una decisión tomada hace mucho tiempo y muy lejos por nuestros antepasados
distantes?
En efecto, los sabios plantearon una pregunta
parecida con respecto a la generación del desierto en los días de Moisés, que
estaban ahí mismo y dieron su consentimiento.
Los sabios creían firmemente que un acuerdo debe
ser libre para ser vinculante.
Pero nosotros no convinimos ser judíos. La mayoría
de nosotros nacimos judíos.
No estábamos en el lugar en que se hizo el acuerdo.
Entonces, ¿cómo es que estamos ligados por el pacto?
No es una pregunta simple. Es la pregunta a la que
todos los demás refieren. ¿Cómo puede pasarse la identidad judía de padre a
hijo?
Si la identidad fuera simplemente racial o étnica,
lo podríamos comprender. Heredamos muchas cosas de nuestros padres – lo más
obvio: los genes. Pero ser judío no es una cuestión genética, sino asumir una
serie de obligaciones religiosas.
Y aunque sin duda es un beneficio ser judío,
también de alguna forma puede ser una desventaja, una restricción a nuestra
variedad de elecciones legítimas.
De no haber sido judíos podríamos trabajar en
Shabat, comer comida no kasher, etc.
Se puede otorgar un beneficio, pero no una
carga sin el consentimiento.
En síntesis, esta es la pregunta de las preguntas
de la identidad judía. ¿Cómo podemos estar regidos por la ley judía sin haberla
elegido, sólo porque fue decidido para nosotros por nuestros antepasados?
En gran parte, los judíos no se preguntaron el ‘por
qué ser judío’.
La respuesta era obvia. Mis padres son judíos. Mis
abuelos eran judíos. Por lo tanto, soy judío.
La identidad es algo que la mayoría de la gente a
través de los tiempos daba por sentada.
Pero en realidad, resultó ser tema durante el
exilio babilónico.
El profeta Ezequiel dice,” Lo que está en vuestra
mente nunca ocurrirá – la idea de que ‘seamos como las naciones, como las
tribus de los países, y adoremos la madera y la piedra’” (Ezequiel.20: 32) Esta
es la primera referencia de judíos que deseaban activamente abandonar su
identidad.
En la época rabínica, sabemos que en el siglo II
a.e.c. había judíos helenizados, que querían ser más griegos que judíos.
Otros, bajo la dominación romana, quisieron ser
romanos.
Algunos hasta se sometieron a una
operación para revertir los efectos de la circuncisión para ocultar el
hecho de que eran judíos.
La tercera instancia ocurrió en la España del siglo
XV.
Es allí donde dos eruditos bíblicos, R. Isaac Arama
y R. Isaac Abarbanel analizaron específicamente la pregunta que hemos planteado
de cómo puede el pacto ligar a los judíos de hoy.
La razón por la cual ellos trataron este tema, a
diferencia de los comentaristas anteriores, fue que en ese tiempo – entre 1391
y 1492 – se ejerció una inmensa presión sobre los judíos para convertirlos al
cristianismo, y no menos de un tercio puede haberlo hecho ¿La pregunta de “por
qué seguimos siendo judíos?” era real.
Las respuestas dadas fueron diferentes según los
tiempos.
Los judíos pueden intentar escapar a su destino,
pero fracasarán.
Aún en contra de su voluntad serán reconocidos como
judíos.
Eso, trágicamente es lo que ocurrió durante las dos
grandes épocas de la asimilación, el siglo XV en España y el siglo XX en
Europa.
En ambos casos el antisemitismo racial persistió, y
los judíos siguieron siendo perseguidos.
Los sabios respondieron a la pregunta por medio de
la mística.
Dijeron que, hasta las almas de los aún no nacidos,
estuvieron presentes en el Sinaí y ratificaron el pacto (Éxodo Rabbah 28: 6).
En otras palabras, cada judío efectivamente
dio su consentimiento en los días de Moisés aún antes de nacer.
Desmitificado, lo que probablemente quisieron decir
los sabios era que, en la profundidad de sus corazones, aun los judíos más
asimilados sabían que seguían siendo judíos.
Para los pensadores españoles del siglo XV la
pregunta era problemática. Como dijo Arama, cada uno de nosotros tiene cuerpo y
alma.
¿Cómo puede ser suficiente decir que nuestra alma
estaba presente en el Sinaí? ¿Cómo puede el alma obligar al cuerpo?
Naturalmente el alma acuerda con el pacto. Espiritualmente, ser judío es un
privilegio, y se puede dar un privilegio a una persona sin su consentimiento.
Pero para el cuerpo, el pacto es una carga.
Contiene toda clase de restricciones a los placeres
físicos.
Por lo tanto, si las almas de las generaciones
estuvieran presentes, pero no los cuerpos, no se podría tomar como
consentimiento.
No a toda obligación que nos ata, le hemos dado
nuestro libre consentimiento. Hay algunas que vienen de nacimiento.
El pueblo al cual Dios mismo dijo “Mi hijo, mi
primogénito, Israel” (Ex. 4: 22) sabe lo que es la realeza.
Puede ser un privilegio. Puede ser una carga.
Pueden ser ambos.
Algunas de nuestros hechos más significativos no
fueron elegidos.
No elegimos nacer. No elegimos a nuestros padres.
No elegimos el lugar ni el momento de nuestro nacimiento.
Sin embargo, cada uno de estos factores afecta
quién somos y qué hemos sido llamados a hacer.
Somos parte de una historia que comenzó mucho antes
de que naciéramos y continuará mucho después de nuestra partida.
Y la pregunta para todos nosotros es: ¿seremos
continuadores de esta historia? Las esperanzas de un centenar de generaciones
de nuestros antepasados descansan sobre nuestro deseo de hacerlo.
En la profundidad de nuestra memoria colectiva las
palabras de Moisés siguen resonando “No es con ustedes solamente que
estoy haciendo este pacto juramentado, sino con…quienes no están
hoy con nosotros.”
Somos parte de esa historia. Podemos vivirla.
Podemos abandonarla.
Pero es una elección que no podemos evitar y que
tiene inmensas consecuencias.
El futuro del pacto recae
en nosotros.
Amanda
Adriana Arimayn. Arquitecta
Arieh
Sztokman. Rabino
rabinoariehsztokman40@gmail.com
+5491144384946
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