La Vida don de Dios.
LA VIDA. DON DE DIOS. Rosh Hashaná 2022/5783
La vida, cada día, cada respiro que damos, es don
de Dios:
La vida no es algo que podamos dar por
sentado. Si lo hacemos, dejaremos de celebrarlo.
Dios nos da un regalo por encima de todos los
demás, decía Maimónides: la vida misma, junto a la cual todo lo demás es
secundario.
Somos libres. El judaísmo es la religión del
ser humano libre que responde libremente al Dios de la libertad.
No estamos en las garras del pecado. No
estamos determinados por fuerzas económicas o impulsos psicológicos o impulsos
genéticamente codificados.
El mismo hecho de que podamos hacer teshuvá ,
(retorno a Dios) que mañana podamos actuar de manera diferente a como lo
hicimos ayer, nos dice que somos libres.
Pero el judaísmo insiste en ello, y nuestros
antepasados lo demostraron desafiando todas las leyes de la historia,
sobreviviendo contra todo pronóstico, negándose a aceptar la derrota.
La vida tiene sentido. Estamos aquí
porque Dios, amoroso, trajo el universo, la vida y a nosotros a la existencia:
Dios que conoce nuestros miedos, escucha nuestras oraciones, cree en nosotros
más de lo que creemos en nosotros mismos, que nos perdona cuando fallamos, nos
levanta cuando caemos y nos da la fuerza para vencer la desesperación.
La vida no es fácil.
El judaísmo no ve el mundo a través de lentes color
de rosa.
Los sufrimientos de nuestros antepasados acechan
nuestras oraciones.
El mundo en que vivimos no es el mundo como debería
ser. Por eso, a pesar de todas las tentaciones, el judaísmo nunca ha
podido decir que ha llegado la Era Mesiánica.
Pero no estamos privados de esperanza porque no
estamos solos.
La vida puede ser dura, pero aun así puede ser
dulce, como lo son la jalá (pan trenzado) y la manzana en Rosh Hashaná cuando
las sumergimos en miel.
Los judíos nunca han necesitado riquezas para ser
ricos ni poder para ser fuertes.
Ser judío es vivir por las cosas simples: el amor
entre marido y mujer, el vínculo sagrado entre padres e hijos, el don de la
comunidad donde ayudamos a los demás y los demás nos ayudan y donde aprendemos
que la alegría se duplica y el dolor se reduce a la mitad siendo compartido.
Ser judío es dar, ya sea en forma de tzedaka o gemilut
ĥasadim (actos de bondad amorosa).
Es aprender y nunca dejar de buscar, orar y nunca
dejar de agradecer, hacer teshuvá (retorno a Dios) y nunca dejar de
crecer. En esto reside el secreto de la alegría.
A lo largo de la historia ha habido culturas
hedonistas que adoran el placer y culturas ascéticas que lo niegan, pero el judaísmo
tiene un enfoque completamente diferente: santificar el placer haciéndolo parte
de la adoración a Dios.
La vida es dulce cuando la toca lo divino.
Nuestra vida es la obra de arte más grande que
jamás haremos. Dios también anhela que creamos y, por lo tanto, nos
convirtamos en Su socio en la obra de renovación.
“El principio más fundamental de todos es que el
hombre debe crearse a sí mismo”. Eso es teshuvá, (retorno a
Dios) un acto de renovarnos a nosotros mismos.
En Rosh Hashaná, damos un paso atrás en
nuestra vida como un artista que da un paso atrás en su lienzo, viendo lo que
necesita cambiar para que la pintura esté completa.
Somos lo que somos gracias a los que nos
precedieron.
Nuestras vidas no son partículas
desconectadas. Cada uno de nosotros es una letra en el libro de la vida de
Dios.
Pero las letras individuales, aunque son los
vehículos del significado, no tienen significado cuando están solas. Para
que tengan significado deben estar unidas a otras letras para formar palabras,
oraciones, párrafos, una historia, y ser judío es ser parte de la historia más
extraña, más antigua, más inesperada que jamás haya existido: la historia de
personas diminutas, nunca grandes y a menudo sin hogar, que sin embargo
sobrevivieron a los imperios más grandes que el mundo haya conocido: los
egipcios, los asirios, los babilonios, los griegos y los romanos, los imperios
medievales del cristianismo y el Islam, hasta el Tercer Reich y el Unión
Soviética.
Cada uno a su vez se creía inmortal. Cada uno
se ha ido. El pueblo judío aún vive.
Somos herederos de la grandeza de nuestros
antepasados.
También somos herederos de otro tipo de grandeza,
la de la Torá misma y sus elevadas exigencias, sus arduos ideales, sus desafíos
intelectuales y existenciales.
El judaísmo nos pide grandes cosas y al
hacerlo nos hace grandes. Una y otra vez los judíos hicieron cosas
que creían imposibles. Lucharon contra el poder en nombre del
derecho. Lucharon contra la esclavitud. Demostraron que era posible ser
una nación sin tierra, tener influencia sin poder, ser considerados los parias
del mundo y no perder el respeto por uno mismo. Creyeron con
inquebrantable convicción que algún día regresarían a su tierra, y aunque la
esperanza parecía absurda, sucedió.
Y finalmente llega el sonido del shofar,
atravesando nuestras defensas, un grito sin palabras en una religión de
palabras, un sonido producido por el aliento como para decirnos que eso es todo
lo que es la vida, un mero aliento, pero el aliento no es nada menos que el
espíritu de Dios dentro de nosotros: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del
polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser
viviente” (Génesis 2:7 ).
Somos polvo de la tierra, pero dentro de
nosotros está el aliento de Dios. Y ya sea que el shofar sea nuestro
clamor a Dios o el clamor de Dios para nosotros, de alguna manera en esa tekia,
shevarim, terua –la llamada, el sollozo, el gemido–(sonidos del
shofar) está todo el patetismo del encuentro Divino-humano cuando Dios nos pide
que tomemos Su don, la vida misma, y hacer de ella algo santo actuando de tal
manera que honre a Dios y a su imagen en la tierra, la humanidad.
Porque vencemos a la muerte, no viviendo para
siempre, sino viviendo según valores que viven para siempre; haciendo
obras y creando bendiciones que vivirán después de nosotros; y uniéndonos
en medio del tiempo a Dios que vive más allá del tiempo.
En Rosh Hashaná estamos en juicio.
Sabemos lo que es ser conocido. Dios nos da la
fuerza para convertirnos en lo que verdaderamente somos. Aquellos que
entramos completamente en el espíritu de Rosh Hashaná emergemos al nuevo año
cargados, energizados, enfocados, renovados, sabiendo que ser humano pleno, con
virtudes y defectos, es vivir la vida en la presencia de Dios, santificar la
vida por el bien de Dios y mejorar la vida de los demás, porque donde traemos
bendiciones a otras vidas, allí vive Dios.
Que seamos inscriptos en el libro de la vida
con salud y alegría.
Amanda Adriana Arimayn. Arquitecta
Arieh Sztokman. Rabino.
rabinoariehsztokman40@gmail.com
+5491144384946
Donde traemos bendiciones a otras vidas, alli vive Dios! Shaná Tová queridos Amanda y Arieh.
ResponderEliminar