NO SOMOS ALGORITMOS. SOMOS SERES HUMANOS.

 

 

NO SOMOS ALGORITMOS. SOMOS SERES HUMANOS.

 

En este Shabat 8 de octubre de 2022 del calendario gregoriano, 13 del mes de Tishrei de 5783 del calendario hebreo, leemos en la Torá la parashá Haazinu (presten oídos) del libro Deuteronomio 32.

 

Hay elementos fundamentales de nuestra humanidad que tienen que ver con cómo sentimos, no solo con cómo pensamos.

Aún más importante, tenemos que comprender cómo siente el otro – el don de la empatía – para forjar un vínculo significativo con ellos.

A eso se refiere la Torá cuando dice “No oprimas al extranjero porque tú sabes lo que se siente al ser extranjero” (Ex. 23:9).

Las emociones cuentan. Guían nuestras elecciones. Nos mueven a la acción. El intelecto solo no es capaz de hacerlo. Ha sido una falla de los intelectuales a través de toda la historia creer que todo lo que tenemos que hacer es pensar bien y entonces actuaremos bien. No es así.

Sin capacidad para la simpatía y la empatía seremos más parecidos a una computadora que a un ser humano, y eso está plagado de peligros.

“Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre, porque son una diadema de gracia para la cabeza y un collar para tu cuello.” (Proverbios 1:8/9)

Son dos facetas de la personalidad de la persona, distintas pero entrelazadas.

Del padre, aprendemos cómo leer un texto, comprenderlo, analizarlo, conceptualizarlo, clasificarlo, inferir y aplicar.

También aprendemos cómo actuar: qué hacer y qué no.

La tradición paterna es de tipo “intelectual-moral.”

Con respecto a “las enseñanzas de la madre,”

Aprendí que el judaísmo se expresa no solo en un cumplimiento formal de la ley sino también en una experiencia de vida, también hay un sabor, un aroma y una calidez en el cumplimiento de la ley, aprendí a sentir la presencia del Todopoderoso, y la suave presión de Su mano sobre mis débiles hombros.

Sin las enseñanzas maternas, muchas veces transmitidas en silencio, habríamos crecido como un ser sin alma, seco e insensible.

A mediados del siglo V a.e.c., un escriba de Jerusalem recopiló varias colecciones de proverbios y compuso a manera de prologo una larga exhortación.

El maestro se dirige a sus discípulos como un padre a sus hijos y los exhorta a prestar oído a la sabiduría para adquirir el respeto a Dios y encontrar la ciencia de Dios.

Con especial insistencia previene a los jóvenes contra el adulterio, que es una manera de quebrantar la alianza con Dios.

Su enseñanza es una síntesis de toda la doctrina de los sabios, enriquecida con aportes originales, en los que se percibe la influencia de la Ley y los Profetas.

En el dilema que propone a sus discípulos se escucha un eco de la última alocución de Moisés.

En otras palabras, las enseñanzas maternas tratan sobre las emociones.

La halajá (ley) es un emprendimiento intelectual-moral.

La hagadá,(relato) está escrita en narrativa más que en términos legales.

Nos invita a incursionar en las mentes y corazones de nuestros antepasados, sus experiencias y dilemas, sus logros y su dolor.

Es la dimensión emocional de la vida de la fe.

Todos nosotros tendemos a desarrollar ambas sensibilidades.

Pero son radicalmente diferentes.

En la Torá los verbos clave son distinguir, analizar, categorizarinstruir, guiar, emitir un dictamen.

Pero también existe la voz profética.

Las palabras clave para el profeta son rectitud y justicia, bondad y compasión.

Estas son relaciones de yo y tú, entre seres humanos, y entre nosotros y Dios.

El sacerdote piensa en términos de reglas universales que son válidas eternamente.

El profeta está conectado con las particularidades de una determinada situación y las relaciones entre los involucrados.

El profeta tiene inteligencia emocional.

Lee el clima del momento y cómo se conecta con relaciones perdurables.

El profeta escucha el silencioso llanto del oprimido y los consejos del Cielo. Sin la ley y el sacerdote, el judaísmo no habría tenido estructura ni continuidad.

Pero sin la inteligencia emocional (la enseñanza de la madre) del profeta, se volvería, seco e insensible

En Haazinu, Moisés hace lo necesario.

Les enseña a los hijos de Israel una canción.

Se mueve entre poesía y prosa, entre música y discurso, de ley a literatura, de discurso llano a metáfora vívida.

Escuchen, cielos, que yo hablaré,

y que la tierra oiga las palabras de mi boca.

Que mis enseñanzas caigan como la lluvia,

mi discurso fluya hacia abajo como el rocío;

Como suave lluvia sobre tiernas plantas,

Como llovizna sobre el pasto (Deuteronomio. 32: 1-2)

¿Por qué? Porque hacia el fin de sus días, Moshe Rabeinu (Moisés nuestro Maestro) al único a quien llamamos de esa forma se volcó a las emociones, sabiendo que si no lo hacía, sus enseñanzas podrían entrar en la mente de los hijos de Israel pero no en sus corazones, sus pasiones.

Son los sentimientos los que nos mueven a actuar, los que nos dan la energía para aspirar, el combustible para nuestra capacidad de trasladar nuestros compromisos a los que nos seguirán después de nosotros.

El intelecto sólo no nos inspira la pasión de cambiar el mundo.

Para eso es necesario tomar el pensamiento y transformarlo en canción. Eso es Haazinu, el gran himno de Moshé al amor de Dios por Su pueblo y su rol de asegurar.

En Haazinu, el hombre de intelecto y coraje moral se transforma en la figura de la inteligencia emocional, permitiéndole ser.

Esta es la idea de transformación de vida: Aprender es cambiar y para ello debemos pensar y sentir, inteligencia que recibimos de nuestras padres y sentimientos, emociones, que recibimos de nuestras madres.

Los seres humanos tenemos temores, esperanzas, confianza, un cumulo de sentimientos.

Los seres humanos somos más que algoritmos. Somos seres movidos por emociones.

Hablemos de corazón a corazón, con amor y produciremos los cambios que queremos para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros nietos.

 

Amanda Adriana Arimayn. Arquitecta

Arieh Sztokman. Rabino

rabinoariehsztokman40@gmail.com

Tel. +5491144384946

 

 

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