LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS. PARASHA TETZAVE.

 

LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS.

 

En este próximo Shabat, 4 de marzo de 2023 del calendario gregoriano, 11 de Adar de 5783 del calendario hebreo, leemos en la Torá la parashá Tetzavé (Exodo 27:20 – 30:10)

 

En la parashá Tetzavé, con la descripción elaborada de las “sagradas vestimentas” que usaban los Sacerdotes y el Sumo Sacerdote “por gloria y esplendor”, parecería contradecir algunos de los valores fundamentales del judaísmo.

Las vestimentas estaban para ser contempladas. Para impresionar.

Pero el judaísmo es una religión de escucha más que de la vista.

Enfatiza más el escuchar que el ver. Su palabra clave es Shemá, que significa escuchar, oír, entender y obedecer.

La espiritualidad judía tiene más que ver con el escuchar que con ver.

Ese es el motivo por el cual nos tapamos los ojos cuando pronunciamos Shemá Israel. Cancelamos el mundo de la visión para enfocarnos en el del sonido: palabras, comunicación y significado.

La razón por la cual esto es así es por la batalla de la Torá contra la idolatría. Otros pueblos veían dioses en el sol, las estrellas, el río, el mar, la lluvia, la tormenta, el reino animal y la tierra.

Hacían representaciones visuales de estos elementos.

El judaísmo tiene una manera diferente de pensar.

Dios no está en la naturaleza sino más allá de ella. Él la creó y Él la trasciende.  La naturaleza es la obra de Dios, pero no es Dios mismo.

Dios no puede ser visto.

En cambio, Él se revela principalmente mediante palabras.

En el Monte Sinaí dijo Moshé: “El Señor te habló desde el fuego. 

Escuchaste el sonido de las palabras, pero no viste la forma, había solo una voz.” (Deuteronomio 4:12)

Claramente el Mishkán (el Tabernáculo) y luego el Mikdash (el Templo) fueron excepciones.

Ahí el énfasis estaba en lo visual, y un ejemplo clave eran las vestimentas sagradas de los Sacerdotes (Cohanim) y del Sumo Sacerdote (Cohen Gadol).

Esto resulta muy inesperado.

La palabra hebrea para “vestimenta,” begued  también significa “traición,” como en la confesión que decimos en los días de penitencia (Yom Kipur): Ashamnu bagadnu, “Hemos sido culpables, hemos engañado.”

En todo Génesis cuando la vestimenta es clave en el relato, hay una decepción o una traición.

Está la vestimenta que se hicieron Adán y Eva con hojas de árbol después de haber comido el fruto prohibido.

Jacob usó las ropas de Esaú cuando fue bendecido mediante su engaño. Tamar usó vestimenta de prostituta cuando engañó a Judá para que se acueste con ella.

Los hermanos de José usaron su túnica manchada de sangre para engañar al padre diciendo que lo había matado una bestia salvaje.

La mujer de Potifar tomó la vestimenta que había dejado José como prueba de que había intentado abusar de ella.

José mismo aprovechó su vestimenta de Virrey para ocultar su identidad ante sus hermanos cuando fueron a Egipto a comprar alimentos.

Por lo tanto, es sumamente inusual que la Torá presente en forma positiva prendas, ropajes y vestimentas.

La ropa tiene que ver con lo superficial, no con la profundidad; con lo externo, no con lo interno; con la apariencia más que con la realidad.

Aún más extraño entonces es que se constituya en el elemento central del servicio de los Sacerdotes, dado que “La gente mira la apariencia externa, pero el Señor mira al corazón.” (Shmuel I 16:7)

Igualmente, extraño es el hecho de que aparezca por primera vez el concepto de uniforme, o sea, una forma estandarizada de vestimenta para ser usada, no por gusto de la persona sino por el cargo que ocupa, ya sea Cohen o Cohen Gadol. 

En general el judaísmo se concentra en la persona, no en el cargo. Específicamente, no hubo tal cosa como un uniforme para los Profetas.

En Tetzavé vemos por primera vez la frase “para gloria y esplendor” para describir el efecto y la finalidad de los ropajes.

Hasta ahora la palabra “gloria” había sido utilizada solo en la relación con Dios.

Ahora los seres humanos tienen la posibilidad de compartir esa gloria, y lo lamentable es que los seres humanos “se la creen”.

Lo expresado está profundamente conectada con el Becerro de Oro.

Lo que ese pecado demostró fue que el pueblo no podía relacionarse plenamente con un Dios que no les diera una señal visible y permanente de Su presencia y con el cual solo era posible comunicarse a través del más grande de los Profetas, Moisés.

La Torá fue entregada a los seres humanos comunes, no a los ángeles o individuos únicos como Moisés.

Es difícil creer en un Dios que está en-todos-lados-en-general-pero-en-ninguno-en-particular.

Es difícil sostener una relación con un Dios que se evidencia solo en milagros y eventos únicos, pero no en la vida diaria.

Es difícil relacionarse con Dios cuando solo se manifiesta como un poder apabullante.

Esta es la experiencia que vivieron aquellos seres humanos cuando salieron de Egipto. En el siglo XXI, ¿Sigue siendo difícil?

Por tal motivo el Mishkán se transformó en la señal visible de la presencia permanente de Dios en medio del pueblo. Los que allí oficiaron lo hicieron, no por su grandeza personal, como Moisés, sino por nacimiento y por oficio, señalado por sus vestimentas.

Nos enseñaron, en nuestra opinión, equivocadamente “qué ver para creer” cuando en principio opinamos “que hay que creer para ver” y entendemos que la persona que cree, tiene fe, no necesita ver.

La fe no es certidumbre…Es la valentía de vivir en la incertidumbre.

No es conocer todas las respuestas.

Es a menudo la fortaleza de convivir con las preguntas.

No es un sentimiento de invulnerabilidad.

Es saber que somos extremadamente vulnerables, pero que es precisamente en esa vulnerabilidad donde nos aproximamos a Dios, y a través de esa enseñanza nos acercamos a los demás y somos así capaces de entender sus miedos y sus dudas.

Aprendemos a compartir y compartiendo descubrimos el camino de la libertad.

Es precisamente porque nos somos dioses por lo que somos capaces de encontrar a Dios.

Las vestimentas de los oficiantes en el Santuario/Templo debían tener la gloria y el esplendor que indujera al sobrecogimiento.

El objetivo del énfasis en los elementos visuales del Mishkán y de los grandiosos ropajes de los que allí oficiaban era para crear una atmósfera de reverencia que apuntara a una belleza y esplendor que los trascendía, o sea, a Dios mismo.

“La muchedumbre no aprecia al hombre en su verdadero ser”, sino que lo juzga por las apariencias.

Puede que estuviera mal, pero en el Santuario era un hecho innegable, su propósito era el de traer la experiencia de Dios a la tierra en una estructura física con una rutina regular llevada a cabo por personas comunes.

La finalidad consistía en hacer que la gente pudiera percibir la presencia Divina invisible, mediante un fenómeno visible.

Creemos que la belleza tiene poder, y en el judaísmo siempre tuvo una finalidad espiritual: hacernos tomar conciencia del universo como obra de arte, testimonio del Artista supremo, Dios mismo.

 

Amanda Adriana Arimayn. Arquitecta

Arieh Sztokman. Rabino

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

MORARE EN ELLOS. Parashá Truma

DONDE DIOS QUIERE QUE ESTEMOS... Parasha Vaikrá

SHABAT Y SU SIGNFICADO