CON ALEGRIA Y REGOCIJO

 

CON ALEGRIA Y REGOCIJO

                   Amanda Adriana Arimayn. Arquitecta

                   Arieh Sztokman. Rabino.

En este Shabat 23 de agosto de 2025 del calendario gregoriano, 29 de Av de 5785 del calendario hebreo leemos en la Torá la parashá Reé (Deuteronomio 11:26 – 16:17)

 

La alegría no es la primera palabra que nos viene a la mente cuando consideramos la severidad del judaísmo como código moral o las páginas manchadas de lágrimas de la historia judía.

Como judíos tenemos títulos en miseria, calificaciones de posgrado en culpa y medallas doradas en llanto y lamentaciones. Alguien sintetizó las fiestas judías con tres frases: “Nos quisieron matar. Sobrevivimos. Vamos a comer.”

Pero en realidad lo que brilla a través de muchos salmos, es alegría pura y radiante. “Este es el día que ha hecho el Señor, alegrémonos y regocijémonos en el” (Salmo 118:24)

Y la alegría es uno de los términos claves del libro de Deuteronomio.  

Lo que Moisés dice más de una vez es que es alegría lo que debemos sentir en la tierra de Israel, la tierra que nos fue dada por Dios, el lugar hacia el cual ha sido la travesía de toda la vida judía desde los días de Abraham y Sara.

Lo vasto del universo, con su miríada de galaxias y estrellas es la obra de arte de Dios, pero dentro del planeta Tierra, dentro de la tierra de Israel, y en la ciudad sagrada de Jerusalén, donde está más cerca, donde Su presencia flota en el aire, donde el firmamento es del color azul del cielo y las piedras son un trono dorado. Ahí, dijo Moisés, en “el lugar que el Señor tu Dios elegirá… colocar su Nombre para su morada” (Deuteronomio. 12:5), celebrarás el amor entre el pequeño, y de alguna forma insignificante pueblo, y el Dios que, tomándolo como propio, lo elevó a la grandeza. 

Será allí, dijo Moisés, que toda la enmarañada narrativa de la historia judía se volverá lúcida, donde todo un pueblo – “tú, tus hijos e hijas, tus sirvientes y sirvientas, y los Leví de tus ciudades, que no tienen una porción hereditaria contigo” – cantarán juntos, rezarán juntos y celebrarán las festividades juntos, sabiendo que la historia no trata de imperio o conquista, ni la sociedad de jerarquía y poder, que el hombre común y el rey, el hijo de Israel y el sacerdote son todos iguales ante la visión de Dios, todas voces de su coro sagrado, todos bailarines en el círculo en cuyo centro está la radiación Divina.

De esto se trata el pacto: de la transformación de la condición humana a través de “el poder profundo de la alegría.” 

Deseamos muchas cosas, pero generalmente como medio para otro objetivo.

Sólo una cosa es siempre deseable en sí misma y no como medio indirecto, y esa es la felicidad.

Existe tal sentimiento en el judaísmo, y la palabra bíblica para describirlo es felicidad, ashrei, la primera palabra del Libro de Salmos, que es clave en nuestros rezos diarios.

Pero con mucha más frecuencia el Tanaj (Biblia hebrea) se refiere a simja, alegría, y son dos cosas distintas. La felicidad es algo que puede sentirse en forma individual, pero la alegría, en el Tanaj, es lo que se comparte con otros.

Durante el primer año de matrimonio, el esposo debe “quedarse en el hogar para llevar alegría a la mujer que ha desposado.” (Deuteronomio 24:5).

Al llevar los primeros frutos al Templo, “Tú, el Leví y el extranjero que mora en tu seno se regocijarán por todas las cosas buenas que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a toda tu familia”

(Deuteronomio 36:11).

En una de las más extraordinarias frases de la Torá, Moisés dice que las maldiciones que caerán sobre la nación serán, no por haber servido a ídolos o por haber abandonado a Dios sino “por no haber servido al Señor tu Dios con alegría y regocijo por la abundancia de todas las cosas” (Deuteronomio. 28:47).

El hecho de no hacerlo es la primera señal de decadencia y deterioro. 

Hay otras diferencias.

La felicidad tiende a ser una emoción calma, la alegría impulsa a cantar y bailar.

Es difícil ser feliz en momentos de incertidumbre, pero igual se pueden tener momentos de alegría. El Rey David, en los Salmos habló de peligro, temor, rechazo y algunas veces hasta desesperación, pero sus canciones suelen terminar en clave mayor: 

“Pues Su enojo dura sólo un momento, 
pero Su favor permanece por toda la vida; 
puede el llanto durar la noche, pero el regocijo sobreviene a la mañana… 
Tú tornaste mi clamor en danza; retiraste mi arpillera y me vestiste con alegría, para que mi corazón cante Tus alabanzas y no esté silente. Señor, mi Dios, te alabaré para siempre”. Salmo 30: 6-13

Hoy la alegría es la emoción suprema.  Debemos aprender y enseñar a despertarnos agradeciendo a Dios por el regalo de la vida que nos hace, hacerlo con alegría precisamente porque estamos vivos y podemos hacer maravillas.

Aceptar todo lo que recibimos porque viene de Dios, y EL solo quiere lo bueno para nosotros.

La economía y la política son importantes, pero respecto de nuestra vida son secundarios, por lo tanto, alegrémonos en lugar de quejarnos porque tal vez no hemos recibido lo que queríamos.

Estamos aquí, en un mundo pleno de belleza.

En cada respiración está el espíritu de Dios dentro de nosotros.

A nuestro derredor está el amor que hace girar al sol y las estrellas. Estamos aquí porque alguien, Dios, quiso que así fuera.

El alma que celebra, canta. 

Es cierto, en la vida hay penas y sinsabores, problemas y dolor, así y todo, la vida es bella y bajo todo eso es un milagro que estemos aquí, en un universo repleto de belleza, entre gente que llevan, cada una, un trazo de la cara de Dios.

¿Qué podemos hacer para vivir con alegría? Nuestra respuesta es simple: “Ama a tu semejante como a ti mismo”. Amar es acción, semejante es todo lo creado por Dios.

En el judaísmo, la fe no rivaliza con la ciencia en la intención de explicar el universo.

Es una sensación de asombro, nacida de un sentimiento de gratitud.

El judaísmo se trata de tomar la vida con ambas manos y hacer sobre ella una bendición. Es como si Dios nos dijera: hice todo esto para ti. Este es mi regalo. Disfrútalo y haz que otros también lo disfruten.

En todo momento que puedas, ayuda a menguar la pena que inflige una persona a otra, o los mil incidentes naturales a los que está sometido el cuerpo.

Porque el dolor, la tristeza, el temor, el resentimiento, son todas cosas que nublan la vista y te separan de otros y de Mí. 

“Se necesita coraje moral para penar. Se necesita coraje religioso para regocijarse.”  Cuan importante es la forma en que los judíos, que saben lo que significa caminar por el valle de la muerte, aún ven la alegría como la emoción religiosa suprema.

Cada día comenzamos los rezos matinales con una letanía de agradecimientos, por estar aquí, en el mundo en el que vivimos, con familia y amigos a quienes amar y por quienes ser amados, por comenzar un día lleno de posibilidades, en el cual, mediante actos de bondad amorosa, permitimos que la presencia de Dios fluya a través de nosotros en la vida de otros.

La alegría contribuye a sanar las heridas de nuestro mundo lastimado y problematizado.

 

SHABAT SHALOM

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