NO TE LA CREAS. Parasha Ekev 2023

 

No te la creas.

                               Amanda Adriana Arimayn. Arquitecta

                        Arieh Sztokman. Rabino

 

En este Shabat 5 de agosto de 2023 del calendario gregoriano, 18 del mes de Av de 5783 del calendario hebreo, leemos en la Torá la parashá Ekev (Deuteronomio 7:12 – 11:25)

 

Moisés propone una doctrina política de tal sabiduría que nunca podrá resultar redundante u obsoleta.

Lo hace mediante un particular contraste entre el ideal al cual ha sido llamado Israel y el peligro que el mismo enfrenta.

El ideal es: Fe.

La fe no es una certeza.  Es la valentía de vivir en la incertidumbre. La fe nunca ha sido fácil.

Los grandes héroes de la vida moral, al igual que los grandes artistas, los científicos y los pensadores, como cualquiera que decida llevar una vida de grandes ideales, sufre fracaso tras fracaso.

Lo que les hace grandes es que se niegan a perder las esperanzas.

El judaísmo se construyó sobre esa fe, y continúan luchando como todos los que tienen fe.

Los judíos se negaron a despedirse de Dios y Dios se negó a despedirse de ellos.

Le fe que los hombres tienen en Dios no se puede equiparar con la que Dios ha demostrado tener en la humanidad al situarnos como guardianes de la inmensidad y el esplendor del universo.

Existimos porque Dios tiene fe en nosotros.

(Extraído del libro “La Gran Alianza” del Rabino Jonathan Sacks (Z”L) pagina 98/99.

 

“Observen los preceptos que el Señor vuestro Dios les ordenó, caminando por Sus sendas y reverenciándolo. Pues el Señor vuestro Dios los está conduciendo a una buena tierra – una tierra con arroyos y lagunas de agua, con fuentes que manan en los valles y los montes; una tierra de trigo y cebada, vides e higueras, granadas, aceite de oliva y miel; una tierra en la que el pan no escaseará y nada les faltará; una tierra en la que las rocas son de hierro y pueden excavar cobre en los montes. Cuando hayan comido y estén satisfechos, bendigan al Señor vuestro Dios por la buena tierra que Él les ha dado”.      (Deuteronomio 8:6/10)

 

 

El peligro:

“Tengan cuidado de no olvidar al Señor vuestro Dios, no dejen de observar Sus preceptos, Sus leyes y Sus decretos que yo les estoy dando en este día. De lo contrario, cuando hayan comido y estén satisfechos, cuando construyan bellas moradas y se establezcan en el lugar, cuando vuestro ganado y vuestros rebaños hayan crecido mucho y vuestro oro y plata se incremente y todo se haya multiplicado, cuando vuestro corazón se haya enorgullecido y se olvidaren del Señor vuestro Dios que los sacó de Egipto, de la tierra de la esclavitud…pueden decirse “Es mi poder y mi fortaleza las que han producido esta riqueza para mí.” Pero recuerden al Señor vuestro Dios, pues es Él el que les dio la capacidad de producir riqueza y así lo confirma Su pacto, que Él juró ante vuestros antepasados, como es al día de hoy”. (Deuteronomio: 8: 11-18)

Los dos pasajes siguen directamente uno tras otro.

Están ligados por la frase “cuando hayan comido y estén satisfechos,” y el contraste, entre ellos es un juego entre los verbos “recordar” y “olvidar.”

Buenas cosas, dice Moisés, te ocurrirán. Sin embargo, todo dependerá de cómo respondas.

Comerás y estarás satisfecho y bendecirás a Dios, recordando todas las cosas provienen de Él – o comerás y estarás satisfecho y olvidarás a quién debes todo esto. Pensarás que proviene enteramente de tu propio esfuerzo: “Mi poder y la fortaleza de mis manos han producido esta riqueza para mí.” Aunque esto parecería ser una pequeña diferencia, en realidad, dice Moisés, hace toda la diferencia. Sólo alrededor de esto girará tu futuro como nación en tu propia tierra.

El argumento de Moisés es brillante.

Pueden pensar, dice, que los tiempos difíciles han pasado.

Han deambulado durante cuarenta años sin un hogar. Hubo momentos en los que no tuvieron agua ni comida. Estaban expuestos a la intemperie. Fueron atacados por sus enemigos. Ustedes pueden pensar que todo esto era la prueba de su fortaleza. No es así. 

El verdadero desafío no es la pobreza sino la riqueza, no la esclavitud sino la libertad, no el desamparo sino el hogar.

Muchas naciones se han elevado a grandes alturas cuando enfrentaron el peligro y las dificultades. Superaron las crisis – sequía, plagas, recesiones y derrotas – y fueron fortalecidas por ellas. Cuando los momentos son duros, la gente crece. Zanjan sus diferencias. Hay un sentido de solidaridad y comunidad, vecinos y extranjeros comparten el mismo esfuerzo.

La verdadera prueba de una nación no reside en que puede sobrevivir una crisis sino si puede hacerlo en ausencia de la crisis.

¿Pueden permanecer fuertes durante las épocas de plenitud, poder y prestigio?

Ese es el desafío que ha derrotado a todas las civilizaciones conocidas en la historia.

No permitas que eso, dice Moisés, sea la causa de tu derrota.

La visión de Moisés es impactante.

Las páginas de la historia están llenas de reliquias de naciones que en su momento parecían inexpugnables, pero que eventualmente declinaron, cayeron y quedaron en el olvido – y siempre por la razón proféticamente vista por Moisés. Ellos olvidaron, principalmente a Dios.

La memoria se disipa. La gente pierde de vista los valores por los cuales alguna vez luchó – justicia, igualdad, independencia, libertad. La nación, luego de las batallas iniciales, se vuelve fuerte.

Algunos de sus miembros enriquecen. Se vuelven relajados, super sofisticados, decadentes. Pierden el sentido de la solidaridad social. Ya no piensan que su deber es el de cuidar a los pobres, los débiles, los marginados, los olvidados. Comienzan a sentir que toda esa posición y riqueza es suya por derecho propio. Los lazos de fraternidad y responsabilidad colectiva comienzan a desgastarse. Los menos favorecidos sienten una aguda sensación de injusticia. La escena está preparada para una revolución o una conquista. Las sociedades sucumben a las presiones externas cuando han sido debilitadas por la decadencia interna.

"Los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera", reza en uno de sus pasajes la obra literaria argentina por excelencia, el Gaucho Martín Fierro, de José Hernández.

Ese era el peligro que vislumbró Moisés y sobre el cual lanzó su advertencia.

La gente se vuelve fácil presa de un enemigo conquistador, menos civilizado que ella, pero más cohesionado y decisivo.

La riqueza conduce a la decadencia.

Lo que ocurrió en el gran momento de la antigua Grecia volvió a pasar en el Renacimiento italiano: las restricciones morales tradicionales desaparecieron porque se las veía asociadas a la superstición; la liberación de las ligaduras produjo individuos vigorosos y creativos, generando un raro florecimiento de genios; pero la anarquía y la traición – el resultado inevitable de la decadencia moral- hicieron que los italianos fueran colectivamente impotentes, y cayeran, como los griegos, bajo el dominio de naciones menos civilizadas que ellos pero no tan carentes de cohesión social. Se olvidaron de Dios, se creyeron dioses.

Moisés, sin embargo, hizo más que producir una profecía y una advertencia. También enseñó cómo se podía evitar esa situación, y aquí también su percepción fue tan relevante entonces como lo es ahora.

Habló de la importancia vital de la memoria para la salud moral de la sociedad.

El judaísmo adoptó y adopta una postura diferente.

El guardián de la conciencia es la memoria.

Reiteradas veces el verbo zajor, “recuerda”, resuena a través de los discursos de Moisés en Deuteronomio:

Recuerden que fueron esclavos en Egipto…y que el Señor vuestro Dios les ha ordenado que observen el día de Shabat. (Deuteronomio 5:15)

Recuerden cómo el Señor vuestro Dios los guió a través del desierto durante estos cuarenta años… (Deuteronomio 8:3)

Recuerden, y nunca olviden, el enojo que le provocaron al Señor vuestro Dios en el desierto… (Deuteronomio 9:7)

Recuerden los días de antaño, los años de las épocas pasadas. (Deuteronomio 32:7)

Las civilizaciones comienzan a morir cuando olvidan.

Los seres humanos comenzamos a pelearnos cuando nos olvidamos de depositar nuestra fe en cada uno de nosotros y en Dios y nos empezamos a creer dioses.

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