EL MUNDO NOS ESTA ESPERANDO. Nitzavim+Vaielej 5783
El mundo nos
está esperando
Amanda Adriana Arimayn. Arquitecta
Arieh
Sztokman. Rabino
En este Shabat 9 de setiembre de 2023 del calendario
gregoriano, 23 de Elul de 5783 (ultimo Shabat de este año) del calendario
hebreo, leemos en la Torá Nitzavim y Vaielej
(Deuteronomio 29:9 – 31:30)
Algo
notable ocurre en la parashá de esta semana en la que casi imperceptiblemente,
se cambiaron los términos de la existencia judía, teniendo implicancias de
transformación de vida para todos nosotros. Moisés renovó el pacto.
Hasta
ahora, en la historia de la humanidad tal como la relata la Torá, Dios hizo
tres pactos.
El
primero, en Génesis 9, fue con Noe y a través de él, con toda la humanidad. Lo
llamamos el pacto de la solidaridad humana. Según los sabios, consta de siete
preceptos, el más famoso de los cuales es el de la santificación de la vida
humana: “El que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su
sangre, pues en la imagen de Dios creó Dios al hombre.” (Genesis.9: 6)
El
segundo, en Génesis 17, fue con Abraham y sus descendientes: “Cuando Abram
tenía noventa y nueve años de edad, el Señor se apersonó ante él diciendo: ‘Yo
soy Dios Todopoderoso. Camina ante mí y ten integridad, y yo te daré Mi pacto
entre Yo y tú...Estableceré Mi pacto entre Yo y tú y tus descendientes después
de ti a través de las generaciones como un pacto eterno.”
Eso
transformó a Abraham en el padre de una nueva fe, que no sería la fe de toda la
humanidad, sino que se esforzaría por ser una bendición para toda la humanidad:
“A través de ti, todas las familias de la tierra serán bendecidas.”
La
tercera fue con los hijos de Israel en los tiempos de Moisés, cuando el pueblo
se paró frente al Monte Sinaí, escuchó el Decalogo y aceptó las condiciones de
su destino como “un reino de sacerdotes y una nación santa.”
Pero,
¿quién inició estos tres pactos? Fue Dios.
No
fue Noe, ni Abraham ni Moisés, y tampoco los hijos de Israel quienes buscaron
un pacto con Dios.
Fue
Dios el que propuso el pacto con la humanidad.
Sin
embargo, se percibe un cambio cuando trazamos la trayectoria de estos tres
eventos.
A
Noe, Dios no le pidió ninguna respuesta específica. No hubo nada que él tuviera
que hacer para mostrar que estaba de acuerdo con los términos del pacto. Supo
entonces que había siete reglas que gobernaban un comportamiento humano
aceptable, pero Dios no le solicitó ningún gesto positivo que lo ratifique.
A
través de todo el proceso Noe permaneció pasivo.
A
Abraham sí le pidió Dios una respuesta - penosa. “Este es Mi pacto que tú
cumplirás entre Yo y tú y tus descendientes que te continuarán: cada varón de
entre los tuyos será circuncidado. Debes circuncidar la carne de tu prepucio.
Esta será la señal del pacto entre Yo y tú.” (Genesis.17: 10-11)
La
palabra hebrea para la circuncisión es Milá, pero al día de hoy se la denomina
brit milá o simplemente, brit que obviamente es la palabra hebrea que denomina
pacto. Dios nos pide, por lo menos a los varones judíos algo muy exigente: una
ceremonia de iniciación.
A
los hijos de Israel en el Sinaí Dios les pidió mucho más. Les pidió que lo
reconozcan como único y soberano legislador. El pacto del Sinaí no vino con
siete preceptos como los de Noe o un octavo como el de Abraham sino con 613.
Los
hijos de Israel debían incorporar la conciencia de Dios en cada aspecto de sus
vidas. Por lo tanto, al avanzar los preceptos Dios pidió cada vez más cosas a
Sus socios (todos nosotros), o para expresarlo en forma algo distinta, Él les
confirió responsabilidades aún mayores.
Otra
cosa ocurrió en el Sinaí que no había pasado antes. Dios le dice a Moisés que
anuncie la naturaleza del pacto para ver si el pueblo está de acuerdo.
Lo
afirman en no menos de tres veces: “Entonces el pueblo respondió como una sola
voz diciendo ‘Lo que el Señor ha hablado, haremos.’” (Éxodo. 19: 7) “El pueblo
respondió con una sola voz diciendo ‘Haremos todo lo que el Señor ha hablado’”
(Éxodo. 24: 2) “Y el pueblo dijo:’ Todo lo que ha hablado Dios haremos y
obedeceremos’” (Éxodo. 24: 7). Esta es la primera vez en la historia que
encontramos, “el consentimiento de los gobernados.”
Dios
sólo anunció el Decálogo después de que el pueblo señaló que había dado su
consentimiento a ser ligado por Su palabra.
Dios
no impone su mando por la fuerza. En el Sinaí la construcción del pacto fue
mutua. Ambas partes debían estar de acuerdo. O sea que el rol humano en la
confección del pacto fue creciendo a lo largo del tiempo.
Pero
Nitzavim lo lleva a un nivel superior. Moisés, aparentemente por iniciativa
propia, renovó el pacto.
Todos
ustedes que están parados frente al Señor vuestro Dios - sus líderes, sus
tribus, sus mayores y sus funcionarios, todos los hombres de Israel, sus niños,
sus esposas, los extranjeros que viven en sus campos, desde el hachero hasta el
aguatero - para entrar en el pacto del Señor vuestro Dios y el juramento que el
Señor vuestro Dios está haciendo con ustedes ahora, para establecerlos a
ustedes como Su pueblo, que Él sea vuestro Dios, como les prometió a ustedes y
juró a vuestros antepasados, Abraham, Isaac y Jacob. (Deuteronomio 29: 9-12)
Esta
fue la primera vez que se renovó el pacto, pero no la última. Ocurrió
nuevamente al final de la vida de Josue (Josuh 24) y más tarde en los días de
Yehoyada (2 Reyes 11: 17), Hezekiah (2 Crónicas. 29) y Josías (1 Reyes 23: 1-3;
2 Crónicas. 34: 29-33).
Después
del exilio babilónico Ezra y Nehemías acordaron citar a una reunión nacional
para renovar el pacto (Nehemías 8) pero ocurrió primero en la parashá de hoy.
Los
términos de la historia judía estaban por pasar de la iniciativa Divina a la
iniciativa humana. Eso es lo que estaba preparando Moisés para los hijos de
Israel en el último mes de su vida. Es como si hubiera dicho: hasta ahora Dios
ha conducido - por medio de señales de nube y fuego - y ustedes la han seguido.
Ahora Dios les está entregando a ustedes las riendas de vuestra existencia. De
aquí en más, son ustedes los que deben conducir. Si sus corazones están con Él,
Él estará con ustedes.
Ustedes
ya no son niños; son adultos. Un adulto aún tiene padres, como los niños, pero
la relación con ellos es diferente. Un adulto sabe lo que es el peso de la
responsabilidad. Un adulto no espera que otro dé el primer paso. Esa es la
significación épica de Nitzavim, la parashá que está casi al final de la Torá y
que leemos casi al terminar el año.
Es
como prepararse para un nuevo comienzo, donde actuamos para Dios en lugar de
esperar que Dios actúe para nosotros.
Traduciendo
esto en términos humanos se podrá ver cuán transformadora de vida puede
resultar.
Hoy
en el siglo XXI, tiempo en el cual vivimos de una manera muy diferente a como
vivieron nuestros antepasados, deberíamos renovar el pacto.
Generar
un pacto entre los humanos en primera instancia para luego renovarlo con Dios.
El objetivo es aprender de todas las acciones buenas de los seres humanos,
dejar de lado las diferencias que generaron muchos muertos y tomar en
consideración nuestras potencialidades para construir un mundo de encuentros y
hacer paz.
No
podemos ni debemos repetir lo que hicieron nuestros antepasados. Debemos
aprender para poder transmitir a las nuevas generaciones. Podemos utilizar toda
la tecnología que hoy tenemos para acercar a los que están lejos, que aprenden
ciencias, idiomas, y mucho más, pero no que no dejen de aprender Torá, es la
manera que tenemos para renovar el pacto.
Nuestros
antepasados no viajaban en avión como nosotros, no utilizaban computadora como
nosotros, no utilizaban móviles como nosotros, por lo tanto, no podemos repetir
lo que ellos hacían porque casi todo es diferente, tenemos que aprender para
poder transmitir caso contrario puede ser el fin.
Hace
muchos años, en el comienzo de mi carrera rabínica, esperaba palabras de
aliento por mi tarea. Trabajé duramente, tratando de implementar enfoques
innovadores, buscando distintas formas de que la gente se comprometa con la
vida judía y con el estudio.
Se
necesita apoyo en esos momentos porque asumir riesgos y soportar la inevitable
crítica es emocionalmente desgastante. El apoyo muy pocas veces se produjo. El
silencio dolió. Después, en un relámpago de introspección, pensé: qué pasaría
si yo diera vuelta toda la situación. ¿Qué pasará si en vez de esperar que me
den su apoyo, yo hiciese mi tarea sin esperar el reconocimiento?
Fue
un momento de transformación de mi vida. Me dio una fortaleza que antes nunca
tuve. Empecé a formularlo como ética.
No
esperes ser reconocido: reconoce a otros. No esperes ser respetado: respeta a
los demás. No te quedes en la periferia criticando a los demás y quejándote.
Haz algo tú mismo para hacer que las cosas mejoren. No esperes que el mundo
cambie: comienza el proceso tú mismo y espera que los demás se agreguen a la
causa.
Hay
una frase atribuida a Gandhi ‘Sé tú el cambio que buscas en el mundo.’ Toma la
iniciativa. Es eso lo que estaba haciendo Moshé en el último mes de su vida, en
esa larga serie de discursos públicos que componen el libro de Deuteronomio,
culminando con la gran ceremonia de renovación del pacto en la parashá de hoy.
Deuteronomio
marca el fin de la niñez del pueblo judío.
De
ahí en más, el judaísmo se transformó en el llamado de Dios a la
responsabilidad humana. Para nosotros, la fe no consiste en esperar a Dios. La
fe es la realización de lo que Dios espera de nosotros. Ahí está la idea
transformadora: cuando estés angustiado porque alguien no ha hecho por ti lo
que piensas que debería haber hecho, cambia la situación y haz algo por él.
No
esperemos que el mundo mejore. Tomemos la iniciativa.
El
mundo nos está esperando.
El
mundo nos está esperando.
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